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El síndrome de la mujer maltratada

El síndrome de la mujer maltratada

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Por Alexandra G Roca Foto Fuente externa 

Pudieras ser tú, tu amiga, tu hermana, tu madre o tu hija. Nadie está exento de caer en una relación de pareja violenta y abusiva, pues este mal no conoce estamentos sociopolíticos, socioeconómicos, académicos ni religiosos. Pero, mientras más lo hablamos, lo socializamos, nos concientizamos de la gravedad del asunto y nos educamos, más podremos identificar, prevenir y ayudar a quien se encuentre en esta situación.

La palabra es muy poderosa y comentarios “sin malicia” tales a “comes como una gorda”, “nunca entiendes nada”, bromas que hacen reír a todos menos al objeto de burla, son indicios de una relación en el que hay un agresor y una víctima. Son elementos que pasan desapercibidos, y se tornan “normales” pero que tienen la capacidad de trabajar y moldear el inconsciente de la víctima, al punto de que no cuestione ningún acto o palabra de su agresor, asumiéndolo como bueno y valido, y peor aún, creyéndose merecedora de la violencia emocional, psicología y física.

Conversamos con la psicóloga Heidy Camilo para entender más a fondo como podemos identificar las victimas e incluso ayudarlas a salir de un círculo vicioso que puede acabar en la muerte.

El síndrome de Estocolmo doméstico

El 23 de agosto de 1973 se descubrió el síndrome de Estocolmo, luego de que Kristin Enmark fuera retenida por seis días en un banco de crédito de la capital sueca. La joven, en lugar de tener sentimientos de miedo, repudio y odio hacia Clark Olofsson, uno de los delincuentes, le tomó cierto aprecio y respeto, al punto de sentirse protegida por él y luego del episodio mantenerse en contacto con el hombre.

Entonces, el síndrome de Estocolmo doméstico, se desarrolla y se conoce también como el síndrome de la mujer maltratada.

En 1984, la psicóloga Leonor Walker explicó qué sucede con las mujeres que han vivido violencia desde sus parejas, ojo no social, sino de género. Camilo, encargada del área de Sexualidad y Pareja del Centro Vida y Familia de Ana Simó nos da una idea de los dos enfoques teóricos que podemos encontrar en estos casos: la teoría de la impotencia aprendida o de la indefensión aprendida y la teoría del ciclo del maltrato.

En la teoría de la impotencia aprendida o de la indefensión aprendida se refleja la mujer que ha vivido violencia, mas no logra percibir que está siendo maltratada y si lo hace no logra escapar, dada las influencias sociales que la han condicionado de manera psicológica para que ella en lugar de verse como víctima, se considere culpable del maltrato. De una u otra forma, el agresor ha convencido a la víctima de que ella le pertenece, por lo que no cuenta con apoyo social ni familiar aunque su entorno si desee ayudarla.

La víctima no decide ser víctima y permanecer en una relación toxica y abusiva, lo hace por la teoría del síndrome de la mujer maltratada. Lo hace porque su capacidad para responder disminuye con el tiempo, mientras aumenta la personalidad pasiva y sumisa. Así mismo, su habilidad cognitiva para percibir el éxito y aliviar su sufrimiento varía. Heidy señala que estos dos elementos van estructurando la permanencia de una mujer en una relación de violencia, a través de un atentado permanente, sistemático y muy bien estructurado.

“El sentido de bienestar emocional de una mujer maltratada es precario o casi inexistente por lo que se vuelve propensa a la depresión y ansiedad” explica Heidy Camilo.

La teoría del ciclo del maltrato es un rotativo donde vemos tensión, explosión y luna de miel. Es decir, en la primera parte el agresor empieza a ejercer malos tratos, a tensionarse, acumular rabia e ira auto catalítica, que él mismo produce, alimenta y sustenta, y decide dónde, cómo y cuándo liberarla. Entonces, la mujer lo que siente es una bola que se va inflando y no le permite salir, su reacción evitar a toda costa hacer o decir algo que lo pueda hacer explotar.

La segunda parte es cuándo el agresor explota y sencillamente agrede física o verbalmente en un episodio momentáneo.

Cuando el agresor se ve amenazado real o de forma imaginaria con la posibilidad de que la mujer lo abandone, inicia la tercera parte, que es la luna de miel. Aquí él le pide perdón, promete y hace cambios, asumiendo una pseudoresponsabilidad de los hechos. Es decir, el reconoce la culpa de explotar, pero resalta que ella lo provocó, por lo que su perdón no es auténtico y el cambio tampoco.

Eventualmente, la pareja vuelve al inicio de una relación abusiva, creando así un círculo vicioso de violencia.

La codependencia emocional

La experta resalta la importancia de conocer la diferencia entre codependencia emocional y violencia hacia la mujer.

“Si definimos codependencia emocional decimos que estas relaciones se caracterizan por ser inestables, destructivas y marcadas por un fuerte desequilibrio dónde el dependiente se somete, idealizando y magnificando al otro. Pese al malestar que vive es incapaz de dejarlo”, desarrolla Camilo.

Sin embargo, en la dependencia emocional existe una posibilidad de salir de la relación.

Cuando la mujer sufre del síndrome de Estocolmo doméstico, se encuentra en una relación en la que ella no magnifica al hombre, y lo identifica como su agresor, pero cree que ella provoca los actos de violencia.

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Signos…

En una pareja en la que la violencia prima, hay signos como el control, el aislamiento, la sumisión y ridiculización que se vislumbran. Estos elementos hacen que la víctima poco a poco modifique su sistema de creencia, gustos y preferencias.

A pesar de que no existe un perfil específico para identificar a un agresor, si existen distintos tipos de agresores y una con mentalidad machista marcada tiene potencial a serlo.

La personalidad pasiva y sumisa de la mujer no necesariamente se revela a lo externos, existen las que fuera de su relación de violencia son mujeres intensas, enfáticas, fuertes, poderosas y con alta autoestima, pero a lo interno de su hogar la sumisión se manifiesta.

Como el entorno puede ayudar

Resulta fácil señalar con el dedo, y decir que la familia o los amigos de la víctima son capaces de “salvarla”, y si bien es cierto que el entorno puede colaborar para que ella logre salir de la relación violenta en la que se encuentra, es muy importante el cómo lo hacen para que no creen el efecto contrario.

“Lo primero que NO debemos hacer es decirle “sal de ahí”, porque no lo va a hacer”, enfatiza la psicóloga Heidy Camilo.

La forma correcta para crear una red de apoyo, y que la víctima se sienta en confianza a la hora de hablar, sienta que tiene un lugar al que acudir, un refugio en el que no la juzgarán, es acompañándola a su paso.

Habla del tema, para que ella lo empiece a escuchar. Camilo aconseja que poco a poco se le vayan señalando conductas negativas del agresor y de ella, para que ella vaya tomando conciencia mientras siente que puede contar con una mano amiga.

“No hay bola de cristal para ver que el día de mañana quien dice hoy me ama me va a agreder. Y aunque la tuviéramos, no lo creeríamos, porque es imposible pensar que quien me ama, mañana me hará daño”, Heidy Camilo.

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